De manera regular, brigadas de una unidad especializada del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad visitan comunidades rurales e indígenas a fin de fomentar el uso de ecotecnias entre personas de bajos recursos.
Texto: Omar Páramo| Fotos: Erik Hubbard Nov 7, 2024. Como cada tarde, en punto de las dos, Teorosa Antonio comienza a formar pelotitas de masa que aplanará a fuerza de batir palmas, para luego colocarlas sobre un comal siseante. No parará hasta tener unas 10 tortillas si –como casi siempre– comerán sólo ella y su nieta, o 20 si ese día habrá visitas. Para que queden bien se deben hacer así, “de poco a poco y a sus tiempos”, dice con una cadencia al hablar que revela su origen purépecha.
La señora Teorosa vive en una pequeña comunidad de la sierra tarasca llamada Cherán Atzicurín (o Cheranástico), y desde niña repite este ritual de la tortilla sin apenas cambios, tal y como le enseñó su abuela. Lo único diferente es que si bien hasta hace poco realizaba dicho trabajo sobre un fogón que llenaba su casa de tizne y olor a chamusquina, hoy usa una estufa diseñada por expertos del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad (IIES) de la UNAM, con sede en Morelia, Michoacán.
“Antes, la humareda lo llenaba todo y me estaba haciendo daño”, comenta la señora Teorosa mientras muestra sus paredes cubiertas de ceniza, la cual –recuerda– un buen día ennegreció uno de sus tabiques y, como una sombra surgida de la nada, comenzó a expandirse hasta oscurecer la casa. “Ahora, cuando cocino, el aire se siente ligero, huele limpio”.
La estufa colocada por los integrantes de la Unidad de Ecotecnologías (Ecotec) del IIES en la cocina de doña Teorosa es de ladrillo y cemento, y lleva por nombre Patsari, palabra purépecha que significa “la que guarda”, en alusión a su cámara de combustión cerrada donde la leña arde de forma eficiente, sin que el humo escape hacia la vivienda. “El diseño incluye una chimenea que dirige las emanaciones al exterior, donde se disipan y pierden por encima de los tejados”, explica la arquitecta Sara Eugenia Navia.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la contaminación intramuros generada por cocinar con combustibles como leña o carbón (cuyo humo contiene casi los mismos tóxicos de un cigarro) no sólo hace que al interior de muchos hogares rurales se respire aire de peor calidad que en urbes de la China industrial o que se registren niveles de partículas finas hasta 100 veces por encima de lo aceptable, sino que favorece ataques de asma, bajo peso al nacer, infecciones respiratorias, cáncer de pulmón, cataratas o enfermedades cardiovasculares, entre otros padecimientos.
“A cada rato me daba tos o ronquera, y sentía como basuritas en los ojos. Yo ya soy grande, quien me preocupaba más era mi nieta. Sólo somos nosotras en la casa”, agrega la señora Teorosa con voz quebrada. Y es que –como ha advertido la OMS– la contaminación intramuros afecta en especial a mujeres y niños del llamado “sur global”, y provoca unas 3.2 millones de muertes prematuras y prevenibles alrededor del orbe.
Instalación de la estufa ecológica.
Para Sara Navia una manera de enfrentar este problema –con todo y sus aristas sanitarias y sociales–, es a través de las ecotecnologías o ecotecnias, es decir, desarrollos que buscan promover mejoras habitacionales y que son accesibles para los más pobres, funcionan con recursos locales y respetan el ambiente. En este marco la universitaria, junto con compañeros de la Ecotec, instalaron varias en casa de doña Teorosa.
“Y lo decimos con la ‘s’ del plural, pues además de la estufa colocamos iluminación y un calentador de agua que funcionan con energía solar. Lo que más me gusta de esta labor es que, a diferencia de tantos proyectos emanados de la academia cuyos beneficios se ven casi siempre en el mediano o largo plazos, aquí podemos apreciarlos en tiempo real”.
En sus casi 15 años de existencia, la Unidad de Ecotecnologías (con apoyo del GIRA, Grupo Interdisciplinario de Tecnología Rural Apropiada) ha estado detrás de la instalación de alrededor de dos mil 500 estufas Patsari en Michoacán, lo cual ha servido a los universitarios para evaluar su impacto en la salud de los usuarios.
La señora Teorosa confiesa que ella nunca pidió nada a nadie, y sigue sin entender cómo esos jóvenes de la UNAM un día aparecieron en su puerta. “¿Cómo yo, que no sé leer ni escribir, sabría que existen cosas así? ¿Cómo podría solicitarlas? ¿Por qué a mí? Yo creo que fue Dios quien me mandó a estas personas”, asevera sin dejar de hacer bolitas con la masa.
Doña Teorosa prepara las tortillas del día.
A decir de los integrantes del IIES, este proceso de visitar a quienes recibirán las ecotecnias y charlar con ellos es fundamental. “Así podemos saber qué necesitan, hacer un diagnóstico y adaptar los diseños a sus necesidades”, expone Sara Navia, quien añade que esta intervención no termina ahí, pues tras instalar los desarrollos hay una etapa de seguimiento.
Doña Teorosa ha vivido este capítulo como un ir y venir de los universitarios, quienes, durante meses, recorrieron en su camioneta las dos horas que distan entre Morelia y Cherán Atzicurín a fin de tomar medidas en su hogar, transportar materiales, construirle una estufa y demostrarle algo que ella no imaginaba posible, que el Sol encendiera sus focos y le calentara el agua.
Por su parte, Sara Navia considera esencial no sólo viajar de manera constante a este pueblo michoacano, sino escuchar a sus habitantes, pues para lograr un proceso realmente participativo los saberes ancestrales y los científicos deben entrar en diálogo y establecer puntos de encuentro.
“Miren todo esto nuevo que tengo”, remata la anciana, para luego agradecer a aquellos jóvenes aparecidos de la nada que llegaron para mejorar su casa de forma gradual y a conciencia o, como diría Teorosa, “de poco a poco y a sus tiempos”, receta que ella conoce bien y que sabe que funciona para todo, tanto para instalar ecotecnias como para hacer unas buenas tortillas.
Antes, la humareda lo llenaba todo y me estaba haciendo daño”