Juan Manuel Vázquez| Foto Ap La Jornada. El Rey Pelé ha muerto. Ayer, su familia lo anunció después de un mes de permanecer internado en un hospital de Sao Paulo por el cáncer que padecía y que le provocó una falla orgánica múltiple. Brasil y el mundo han perdido a quien simbolizó una parte importante del siglo XX. El lunes será velado en la ciudad de Santos, cuna del club que lo descubrió y puerto de donde emergió para convertirse en la leyenda. El martes ahí mismo será enterrado.
Pelé inauguró la era del futbol hermoso, el jogo bonito, un acto lúdico y alegre en el que belleza y potencia atlética se combinan como en una partitura. El Mozart del futbol, lo llamaron los europeos cuando los asombró en las copas mundiales donde Brasil emergió como campeón indiscutible en Suecia 1958 y Chile 1962.
Fue en México 1970 donde llegó la reivindicación, la madurez y el clímax del Rey, donde junto a sus compañeros hicieron del futbol “un oasis de belleza y esperanza”, como lo describiera el compositor Gilberto Gil.
Ver al Pelé de esos años junto a los futbolistas de ese entonces sirve para entender las proporciones de su magia. El Edson Arantes de finales de los 50 y los 60 parece un emisario del futuro. Juega a otra velocidad, controla la pelota con una habilidad cercana a la acrobacia, sus movimientos tienen una plasticidad casi coreográfica y una fuerza que parece ajena a este deporte, lo suyo era un futbol adelantado a la historia.
Apenas era un adolescente recién incorporado al deporte profesional cuando llegó a la selección brasileña con la que ganó la Copa del Mundo de Suecia 1958. Lo que hizo allá fue el prólogo de una biografía que inauguraba la narrativa del personaje arrancado de la pobreza de los arrabales y convertido en superestrella mundial.
Ya era una figura en Chile 1962 cuando no pudo estar en la final por una lesión que le quitó el aliento a Brasil y al mundo, que para ese momento ya era su audiencia. El Rey Pelé también fue una marca registrada, un bien nacional como el petróleo y la primera figura del deporte en facturar millones y ser reconocido en todo el planeta.
La leyenda de Pelé, además, logró cifras descomunales no sólo en las cuentas bancarias, sino también y, sobre todo, en la cancha. Fue el primer futbolista en conseguir mil goles. El 19 de noviembre de 1969, Pelé con la eterna camiseta del Santos enfrentaba al Vasco en el estadio Maracaná ante 200 mil personas. Todos esperaban la hazaña del Rey, pero no llegaba. A 14 minutos del final del partido, Edson entró al área y la defensa lo derribó. Dicen que no iba a cobrar el penal, pero el estruendo de las gradas obligó a ponerlo en el manchón. Pelé temblaba de nervios y enfiló para ser inmortal. Fue la diana número mil de los mil 283 goles que anotó en mil 367 partidos en unos 80 países.
En la era de los nombres fulgurantes y de cifras financieras inimaginables, Pelé emerge como el precursor. Antes de Edson y después de Edson. O Rei fue el primer futbolista millonario, el pionero en la globalización de la imagen.
Hay cierta verdad en aquella idea de que las tragedias enseñan geografía. Los desastres y las guerras tristemente sacan a la luz regiones antes impensadas. Pero en la era del espectáculo, la fama de los deportistas ha sido más eficiente que cualquier enciclopedia o misión diplomática para dar a conocer la existencia de un país y a su cultura.
En el caleidoscopio cultural de Brasil, quizás la forma más fulgurante y reconocible es la del futbol y ese, ¿quién lo discute?, tiene un nombre: Pelé. Cuando la selección canarinha conquistó su primera Copa del Mundo en Suecia 1958, también arrasó con el imaginario deuna época. Y en ese parto globalde una nación, Pelé fue el embajador. O, mejor aún, el monarca.
En el titánico documental de Netflix dedicado a O Rei (David Tryhorn y Ben Nicholas, 2021), el ex jugador y técnico Mario Zagallo considera que antes del Mundial de Suecia en 1958 Brasil era casi un desconocido para el mundo. Aquella primera copa que ganó la verdeamarela, con un Pelé de 17 años que había debutado poco antes, no sólo hizo trascender a su país, sino incluso –afirman varios personajes– cambió la autoestima de los brasileños.
Gilberto Gil, compositor y miembro del mítico movimiento tropicalista, asegura que el efecto Pelé en toda una sociedad trascendió los límites emotivos del futbol. “Era considerado un monarca por negros, blancos y mestizos, por todos”, dice Gil en el documental; “fue un símbolo de la emancipación brasileña”.
La conquista de la Copa del Mundo en el 58 y el furor que provocó por todo lo que representaba Brasil, puso en el centro de la mirada a Edson Arantes. Aquel jovencito risueño y amable que no comprendía del todo el ruido que generaba alrededor se convirtió también en el símbolo de una aspiración en su país.
Y es que a partir de su éxito repentino y abrumador, Pelé cumplía con compromisos de funcionario público y estrella popular, en una era donde también se consolidaba la masificación de la imagen por la televisión. O Rei vestía a la moda, anunciaba café y aseguradoras, lo perseguían las cámaras y acudía a promover el desarrollo de la industria brasileña como si de un político se tratara.
El peso de la fama
Fue en medio de esa euforia en Brasil cuando empezaron a darle trato de patrimonio nacional. El presidente del club Santos en esos años aseguró que Pelé no estaba en negociación y no sería vendido a ningún club del mundo. O Rei era una institución de los brasileños.
“Yo no era milagroso, era una persona normal que tenía un don para el futbol. Pero estoy seguro que hice más por Brasil con mi forma de jugar futbol que muchos políticos”. Ahí también empezó a padecer el peso de una responsabilidad que, de manera irónica, nació del juego. Edson Arantes confesó alguna vez que en diversos momentos de su vida no quería ser Pelé. La presión de la fama y también –como admitió años más tarde– de la gente en el poder fue un precio demasiado alto que no siempre pagó con gusto.
“Él está cansado, preso de su nombre. Acorralado por la gloria”, relata el inolvidable escritor uruguayo Eduardo Galeano en una conversación con José Ozores, quien era una suerte de representante de Pelé en 1963, recogida en su libro Cerrado por futbol (Siglo XXI, 2017). “Edson Arantes quisiera ser un hombre como todos, pero no lo dejan. Está condenado a ser Pelé”, agregó el representante en aquella conversación.
La lesión que lo dejó fuera de la Copa del Mundo de Chile en 1962 y la eliminación en primera ronda en Inglaterra 1966, su intención de retirarse de manera temprana de la selección y la presión –mediática y, sobre todo, política– para volver a la verdeamarela para México 1970, son quizás los momentos más ásperos de su biografía que le llevaron a querer escapar de sí mismo, dejar de ser el Rey Pelé, al menos por un día. De todos esos momentos difíciles, coinciden algunos de sus contemporáneos, quizás fue el uso que la dictadura brasileña hizo con su imagen lo que más le afectó como persona y figura.
El dictador de Brasil (1969-1974) Emilio Garrastazu Médici quiso aprovechar el esplendor popular de Pelé y la pasión que despertaba el futbol en el pueblo. Una estrategia que también fue adaptada por el dictador Jorge Videla en Argentina durante el Mundial del 78. En medio de un sanguinario régimen militar, el general brasileño se lucía en las gradas del Maracaná para mirar los partidos mientras escuchaba un radio de transistores pegado a la oreja.
“El futbol es la patria, el poder es el futbol: yo soy la patria, decían esas dictaduras militares”, escribió Eduardo Galeano en El futbol a sol y sombra (Siglo XXI, 2008).
Al paso de los años, ya con la democracia instaurada en Brasil, Pelé admitió que sabía de las torturas y desapariciones que ocurrían durante la dictadura. En una declaración lo reconoce con el pesar de quien es juzgado con el peso de la historia.
“Si yo dijera que no me enteré de los crímenes de la dictadura en esa época, estaría mintiendo”, admitió O Rei, pero también reconocía que siempre tuvo un trato privilegiado del poder.
“Siempre tuve las puertas abiertas (del poder). Incluso en esa época. Y siempre me buscaban para ver si podía apoyar de un lado o de otro”, agregó.
Un compañero de cancha, Paulo César Lima, el memorable Cafú, advierte que a pesar del amor que le tiene al Rey Pelé, no le perdona su actitud con la dictadura. “Fue como un negro sumiso, que no critica”, dijo Cafú en el filme para Netflix, donde la voz de un periodista brasileño pone el contexto al compararlo con Muhammad Ali y su oposición a Vietnam.
“Ali era diferente, y lo aplaudo, pero no tenía la certeza de que sus palabras no lo condenarían a la tortura. Pelé no tenía esa garantía. Sólo quien vive en una dictadura lo sabe”, comenta el periodista.
Demasiado en juego para que el futbol dejara de ser algo divertido. Pelé ya no quería ser Pelé antes de 1970. Pero tenía una cuenta pendiente, un demonio al cual exorcizar después de las decepciones de Chile en 1962, pues si bien Brasil fue campeón, Edson sólo jugó dos partidos por lesión y en Inglaterra 1966 fueron eliminados.
No fue tanto por la gente como por sí mismo que decidió disputar el Mundial de México 70. Ese Pelé ya no era infalible. A veces llegaba tarde a los remates o lograban sacarle el balón.
El futbol se volvió feo en esa época –dijo en incontables entrevistas–, ganaba un modelo de juego que privilegiaba la eficacia ganadora y apostaba por los planteamientos defensivos.
Esa manera de entender el futbol no iba con Brasil ni con el Rey Pelé. Porque la verdeamarela fue un equipo ofensivo, pero sobre todo hermoso. Edson podía encantar a los rivales con el canto de sirenas de su botines; cuando todos los marinos contrarios estaban hipnotizados con su melodía, se desprendía de la pelota para que algún compañero hiciera el trabajo final. Así fue aquel memorable gol de Jairzinho contra Inglaterra.
La victoria de Brasil ante Italia en el estadio Azteca tiene una imagen imborrable. Pelé en volandas sobre una multitud, el torso desnudo y en la cabeza un enorme sombrero charro. Un símbolo de consagración que ilustra uno de los tantos momentos del ya lejano siglo XX.
Pelé el artista de la pelota. Pelé superstar. Pelé, la víctima de la fama. Pelé, el hombre al que le gustaba el dinero. Pelé, el mito del futbol. Pelé, el brasileño.
“Será Pelé hasta que ya no dé más, hasta que los años o la hostilidad de los rivales lo derriben”, como escribió Galeano.