El Nobel de Literatura 2008, reflexiona sobre los miedos que reveló la pandemia de covid-19 y confiesa que le gustaría vivir de nuevo en México
VIRGINIA BAUTISTA | Excélsior | 05:31 hrs.|CIUDAD DE MÉXICO. El azar es nuestra guía, creo mucho en él, dejaré que dirija mi futuro”, afirma sin dudar el escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio (1940), Premio Nobel de Literatura 2008, quien a sus 81 años se siente “muy joven todavía” y aclara, tras una sonrisa, que está “en buenas condiciones de salud y de mente y no siento el peso de los años”.
En entrevista con Excélsior, el novelista y cuentista dice que empezará por dejar al azar el tema de la conversación que sostendrá este jueves 2 de septiembre, a las 9:00 horas, con el narrador mexicano Julián Herbert, como parte del Hay Festival Querétaro 2021, del que es uno de los participantes estelares.
No sé de qué hablaré. De todo. Lo dejo al azar, como mi deseo de regresar a México. Me gustaría vivir allá un tiempo de nuevo, porque siento que he dejado tantas amistades y emociones ahí. Es el país que más me atrae”, comenta vía telefónica desde Niza (Francia), donde nació y a donde regresó después de años de radicar en Nigeria, Inglaterra, EU, Tailandia, México, Panamá, Colombia, China y Corea.
Para el autor de unos 40 libros, entre ellos La conquista divina de Michoacán (1984) y El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido (1988), es especial el país azteca, que visitó por primera vez en 1967 y en donde se estableció durante 12 años; sobre todo la entidad mencionada, donde aprendió algo de purépecha.
Sé que Michoacán enfrenta ahora una violencia fuerte, La vida es dura para los habitantes de esta región. Son pobladores de mucha resistencia, todo el país. Tengo confianza en México. Es un lugar privilegiado para mí, donde encuentro inspiración y conocimiento”, agrega.
Quien se autodefine como “un escritor nómada” confiesa que su propuesta literaria no ha cambiado. “Más que la literatura, en la vida me ha transformado vivir en países donde la literatura está presente sin estarlo. Por ejemplo, los indígenas de Panamá tienen dos lenguajes, uno para la vida cotidiana y otro para contar historias orales, lo que da una dimensión profunda a su vida, una mezcla entre lo mítico y lo real. Es lo que busco”.
Añade que no sufrió el encierro al que lo obligó la pandemia. “Soy una persona que pasa la mayor parte de su tiempo en un cuarto, con las cortinas cerradas y escribiendo bajo la luz eléctrica sobre una mesa muy ordenada. El aislamiento me generó la impresión de que era de noche y me dieron ganas de escribir más.
Como lo cuento en mi libro más reciente, Canciones de infancia, pasé los primeros años de mi vida encerrado en una casa en la serranía, atrás de Niza, pues mi madre y yo tuvimos que escondernos durante la Segunda Guerra Mundial, porque mi padre era inglés. Eso duró cinco años”, recuerda.
Le Clézio piensa que la pandemia tiene mucho que ver con la guerra. “Es algo muy parecido, el miedo, la muerte rondando; ha sido una impresión muy extraña que hemos padecido. En Niza, a las siete y media de la tarde, sonaba la sirena y eso me recordó la guerra, que debíamos escondernos para escapar de las bombas”.
El autor de El atestado, El africano y La música del hambre, cuya obra es autobiográfica en su mayoría o se nutre de las voces de la gente, admite que no ha extrañado los viajes ni la convivencia social.
La tecnología fue algo bueno de esta época. Mis padres, por ejemplo, no se vieron durante cinco años, porque él estaba en África y nosotros en Francia. La comunicación es fundamental.
Por eso, de la pandemia debemos recuperarnos con amor, no hay otra manera. Tenemos que compartir amor con los demás, buscarlos. Debemos inventar soluciones para afirmar nuestra humanidad”, indica.
Le Clézio detalla que está escribiendo una novela que incluye una parte de la niñez de su madre.
Ella era muy aficionada a pasear en las selvas alrededor de París. Estoy tratando de inventar un personaje que cambie la vida de los demás, gracias al ejemplo que da sobre la vida pura en la selva. Es autobiográfica, como las demás. Se llamaría Mara’ que en hebreo quiere decir ‘amargo’”, señala.