Desde 2003 mujeres de distintas partes de Guatemala se organizan para conseguir el reconocimiento de sus derechos como guardianas del conocimiento ancestral y de sus obras textiles. Ya han logrado integrarse en alcaldías indígenas de ocho municipios
JORGE RODRÍGUEZ| El País|Santiago Sacatepéquez (Guatemala) – 11 JUN 2021 – 22:30. La cosmovisión maya se basa en la dualidad de la existencia: el día y la noche, el Sol y la Luna, la Tierra y el Cielo. Estos son elementos que son mencionados siempre al inicio de las ceremonias de fuego que los guías espirituales (Aj’quij) realizan, a modo de agradecimiento y reconocimiento de que nada puede existir por sí solo, y que cada elemento vivo en el Universo depende de otro de igual importancia.
Y eso aplica, como no podía ser de otra manera, a la vida humana. Para los mayas, tanto el hombre como la mujer tienen designado un papel específico en el entramado social, que busca, sobre todo, la fortaleza comunitaria y el desarrollo del individuo en comunión con lo que le rodea. Las mujeres son las encargadas de traspasar el conocimiento basado en la tradición ancestral, es decir, la relación con la familia, la naturaleza y la comunidad. El hombre es quien trabaja la tierra y provee de alimento al núcleo familiar.
Pero la humanidad ha cambiado mucho desde esos tiempos ancestrales, y la función doméstica de la mujer ya no es vista por sí misma como un valor, sino como una limitante para su desarrollo individual. En ello ha influido el escaso acceso que las poblaciones indígenas tienen a oportunidades como educación, salud, acceso a tierra y puestos de representatividad social y política.
Según el informe Situación y condición de las mujeres indígenas de Guatemala, publicado por Naciones Unidas en 2018, el promedio de escolaridad de una indígena que vive en el área rural es de un año. De cada 10 niñas, solo tres alcanzan el tercer grado de primaria y dos llegan a sexto grado. Solamente 31 de cada 100 mujeres de pueblo originarios saben leer y escribir. “Por el simple hecho de no tener un título universitario, nos dicen que no trabajamos, que no hacemos nada; pero al contrario, una mujer que trabaja en casa, ayuda en el campo, al esposo y en todos los sentidos a atender al hogar, y también dedicarse al arte del tejido”, explica María Elena Curruchiche, Maya Kaq’chiquel, integrante del Consejo de Tejedoras de San Juan Comalapa, una población al occidente de Guatemala, y del Movimiento Nacional de Tejedoras.
Este movimiento, que agrupa a más de 30 organizaciones diferentes, pertenecientes a 18 de 21 grupos lingüísticos que habitan en Guatemala, nació con el objetivo de defender el derecho de las mujeres mayas como colectivo, a ser consideradas las dueñas de sus creaciones textiles. “Para nosotras, la forma más sostenible, quizá más segura, de protección de nuestras creaciones y de nuestra comunidad, y de todo lo que hay en ella, es la misma comunidad, la organización comunitaria”, asegura Angelina Aspuac, otra tejedora integrante del colectivo.
Consejos comunitarios de tejedoras
En 2017, el entonces recién creado movimiento de tejedoras, interpuso una acción en contra de un negocio local, por el uso del término “María Chula”, ya que estas son palabras que se han utilizado históricamente para descalificar a las mujeres por el simple hecho de utilizar su indumentaria maya. “La Comisión Presidencial contra la discriminación y el Racismo en Guatemala (CODISRA), interpone denuncia ante el Ministerio Público contra la empresa MARIA CHULA luego que el Movimiento Nacional de Tejedoras denunciara a esta empresa que comercializa güipiles mayas bajo un nombre que es racista”, ponía entonces una publicación hecha por el movimiento en sus redes sociales.
A pesar de que la propietaria del negocio se disculpó públicamente, e hizo un llamado al respeto a la diversidad cultural, las reacciones de parte de la población no indígena guatemalteca, puso de manifiesto, una vez más, el grado de división que existe en torno al reconocimiento de los pueblos indígenas y su derecho por defender su visión. “Muchas empresas han crecido, y les ha ido muy bien en Guatemala, utilizando textiles usados (de segunda mano) que hacen las tejedoras. Es un aporte económico que las mujeres hacen al mundo. Sin embargo, el mundo y el país no les retribuye nada a esas mujeres ni a sus comunidades, y esas es una situación injusta, que a nosotras nos indigna muchísimo”, expresa Aspuac.
Ese mismo año, las mujeres tejedoras mayas presentaron un proyecto de ley que busca reconocer la propiedad intelectual colectiva de los pueblos indígenas. Esta propuesta pretender reformar cinco artículos de la Ley de Derechos de Autor y Derechos Conexos, así como otras leyes guatemaltecas relacionadas con la propiedad intelectual. El objetivo es definir un concepto sobre la propiedad intelectual colectiva, y permitir que sean los pueblos indígenas quienes administren y manejen su patrimonio.
Es necesario, sin embargo, que muestren capacidad organizativa, ya que, como cuenta Ajpuac, la población no indígena descalifica sus métodos de organización, sin siquiera haber generado espacios de diálogo en común. Y fue ahí en donde los Consejos comunitarios de Tejedoras encontraron su espacio. “Hay ocho (consejos). Nos hemos ido organizando una por una en la medida que nos hemos concientizado, hemos entendido que, para hablar de diálogo, también necesitamos encontrar mecanismos de organización, de consensos. Afortunadamente en Guatemala aún hay muchísimas comunidades que aún guardan sus propias formas de organización”, explica.
Las integrantes de estos consejos, al igual que las alcaldías indígenas tradicionalmente compuestas por hombres, son designadas basándose en sus méritos y aportes a la comunidad, y son elegidas mediante el voto popular durante asambleas comunitarias. Esta lucha, según Curruchiche, es por el reconocimiento del papel de la mujer como parte esencial del entramado social maya y guatemalteco, así como por la protección del patrimonio cultural indígena. “La lucha es en común. Los afectados somos todos los pueblos”.
Dualidad, la existencia cíclica y la pluralidad colectiva
Maximiliano Santiago Tzatinel Cush, conocido como Tata Santiago, es un Aj’quij, que significa “contador del tiempo”, y alcalde indígena del municipio de Santa Lucía Utatlán, otra población maya del altiplano guatemalteco. A partir de su conocimiento de la espiritualidad ancestral de su pueblo, considera que las acciones que emprenden estas mujeres, no solo ayudan a dignificar su rol en la sociedad, sino que también ponen de manifiesto la necesidad de valorar a la preservación del conocimiento, de la misma manera como cualquier otra actividad productiva.
“Cuando hablan de tejedura (sic), las mujeres están hablando de la utilidad de la vida”, dice Tata Santiago, quien además considera a los textiles como documentos vivos, que han sobrevivido procesos de conquista, exterminio y exclusión social. “Quemaron nuestros códices, nuestros pensamientos, pero nunca pudieron con nuestros tejidos”, añade.
Estas creaciones basan sus diseños en elementos que rodea la vida comunitaria. El maíz, flores, vida silvestre, el Sol, la Luna y la inspiración cósmica. “En ellos (los textiles), se resguarda nuestra historia, nuestros conocimientos, lo que sentimos, nuestros pensamientos, nuestras ideas”, expresa Aspuac, al tiempo que explica el significado de su propio huipil. “En este [huipil], que es de Santiago Sacatepéquez, aparece la Luna y el Sol y se repite en toda esta fila. Hace referencia al tema de la complementariedad, de la dualidad”, añade.
“Quemaron nuestros códices, nuestros pensamientos, pero nunca pudieron con nuestros tejidos
MAXIMILIANO SANTIAGO TZATINEL CUSH, GUIA ESPIRITUAL Y ALCALDE INDÍGENA
Y es en bajo ese concepto que las mujeres mayas tejedoras se mueven, ya que la protección de sus diseños, promueve la conservación de su legado, lo que a su vez promueve la de la cultura maya en su conjunto. Y es en esta colectividad en la que han ido ganando adeptos desde dentro de sus mismas comunidades, quienes las apoyan y acompañan en su lucha.
En contra, también existen voces desde dentro de las mismas comunidades, desde aquellos que piensan que de poco sirve alterar el actuar establecido, hasta quienes expresan sus dudas acerca de la solidez de este movimiento. Los logros, sin embargo, no son pocos: un movimiento nacional, la creación e implementación de consejos comunitarios de tejedoras, escuelas de enseñanza de tejidos, victorias legales en contra de la cosificación de la mujer maya. “Hay quienes creen que la única lucha del movimiento es el planteamiento de la ley. Si se logra que bueno, si no, pues nosotras seguiremos en ese proceso de fortalecimiento de nuestra misma comunidad, y seguir peleando el tema de la autonomía”, concluye Aspuac.