– Quiero reconocerme y que la gente me vea sin morbo. – El tiempo no sana las heridas de un ataque con ácido. – La violencia machista desplazó sus sueños y hoy escapa de una pesadilla
Soledad Jarquín Edgar|SemMéxico, Oaxaca, 8 de abril, 2021.- Quiere despertar un día, mirarse al espejo y reconocerse. Qué las personas la vean sin curiosidad ni morbo. Sin embargo, el tiempo no ha sanado sus heridas, las huellas del ácido sulfúrico que quemaron su rostro y cuerpo siguen recordándole el 9 de septiembre de 2019, el día que su vida quedó marcada para siempre.
Junto a un milenario ahuehuete, a un costado de la casa que ocupó Lázaro Cárdenas cuando en los sesenta vivió en Santo Domingo Tonalá, Huajuapan, donde ella nació hace 28 años, señala que no es ingenua, que vive el día a día de un proceso que duele físicamente, que la mantiene cubierta del rostro, con mangas largas y pantalones para enfrentar el día que le pega cada mañana cuando despierta pensando que la pesadilla ha terminado y sabe no fue un mal sueño.
Ahí, en el sabino y entre las notas que producen los nacimientos de agua, María Elena Ríos Ortiz se encuentra cada tanto para aliviar el dolor que tiene pegada a la memoria, ahí mira las cicatrices que el tiempo ha tatuado en la corteza del árbol, son costras leñosas y de forma análoga se mira a sí misma. Ahí, le cuenta su dolor y su esperanza, ese día que llegará en algún momento y que hoy no logra ver.
Desde entonces han pasado 19 meses y con ese tiempo transcurrido se esfumaron sus anhelos, lo que esperaba hacer ese verano: recuperar a María Elena y su alegría, la joven que atrapada en la violencia misógina se había olvidado de las cosas que la hacían llorar de felicidad. Quería volver a su vida anterior, cuando le gustaba estudiar y tocar su saxofón, acudir con sus amistades y trabajar.
Hoy le cuesta mirarse al espejo y descubrirse ante él y ante la gente. Quisiera irse a estudiar a otro país, tocar la música que aprendió, sigue soñando con dirigir una banda, dar conciertos en teatros y auditorios, luego de forma abrupta detiene sus palabras y sus sueños, “ahora no se puede, tienes que descubrirte para dirigir una banda, para envolver la boquilla de tu saxofón, para transmitir tus emociones, porque tu rostro y tu sonrisa lo dicen todo, me da miedo la gente que me critica, que digan cosas que no son ciertas, por ahora tengo que vivir al día”.
No hay palabras para describir el dolor
– Siempre me hago esa pregunta, pero no encuentro las palabras correctas para describir ese momento, el dolor era tanto que sentía cómo mi corazón se apretaba. Explica cerrando el puño de su mano derecha.
Estaba en shock por el dolor físico que sentía, mirando cómo se me abría la piel y se caía en pedazos, como cuando tienes un cuchillo filoso y abres un mango maduro y jugoso y se empieza a escurrir, así es como me veía el cuerpo.
La descripción es estremecedora. María Elena Ríos no olvida ese momento y se quiebra por un instante sin detenerse para seguir narrando que se sintió en una pesadilla donde grita, pero nadie la escucha, nadie entiende lo que acaba de suceder y peor aún nadie sabe qué hacer frente a lo que están viendo.
– Mi mamá me abraza, quería protegerme, eso me duele porque por abrazarme ella también se quemó con el ácido, por eso no puedo describir el dolor, no encuentro la palabra adecuada.
Piensa que fue un milagro no perder su ojo izquierdo,, “me ardía por dentro y por fuera, como el párpado y la cara, como el brazo, el tronco, las piernas… todo lo que hoy sigue y seguirá mal”.
Malena Ríos Ortiz, la saxofonista, enfrentó con el paso de las horas y los días, hasta hoy, muchos más sufrimientos. Los de la piel que, ante la falta de una atención adecuada, la negligencia médica, que en el hospital de Oaxaca sufrio durante tres meses.
Sufrió la insensibilidad de “los policías investigadores” de la Fiscalía General de Oaxaca, que a poco menos de cinco horas de la agresión –que pasó de “delito de heridas que sanan en 15 días”, a feminicidio en grado de tentativa- se presentaron en las instalaciones de una clínica particular, donde inicialmente fue internada, para hacerle preguntas.
Una cualidad que desarrolló desde niña fue la observación, así que, entre gritos de dolor, pudo describir a su agresor, fue entonces cuando los policías le cuestionaron cómo sabía tanto, cómo podía ser tan específica. Meses después supo que no estaba equivocada, casi exacta la estatura y edad de su agresor: Ruvicel L. Ch. También le preguntaron ¿cómo sabía que echarse agua te iba aliviar? Ella respondió que fue un acto de sobrevivencia.
Los implicados
Ruvicel L. había llamado dias antes a María Elena Ríos para pedirle una cita, ella tenía una oficina donde ayudaba a las personas a tramitar pasaportes, quedaron que sería el lunes 9 a las 10 de la mañana. El hombre llegó con recipiente, ella pensó que llevaba comida, como lo hace mucha gente en Huajuapan. Lo vio como un hombre humilde, tenía pena de hablar, asumió que lo debía tratar bien y explicarle detenidamente qué debía hacer para obtener el pasaporte para su mamá. “No sabía que estaba nervioso por lo que iba hac
Machismo y misoginia
Cuatro meses antes de la agresión con ácido, María Elena Ríos había terminado con Juan Antonio V.C., ex diputado local del PRI y un “próspero” empresario gasolinero. Durante mucho tiempo estuvo atrapada en una relación que al paso del tiempo descubrió le había quitado la alegría por la vida. Las primeras reacciones fueron acoso y amenazas sobre el daño que podría ocasionarle a su familia, por lo que optó por bloquearlo de sus redes sociales y no contestar llamadas.
Si lo dejaba, infinidad de amenazas le advertía el priista. “Yo pensaba que no podía ser tan malo, que nada más me amenazaba, pero sí lo fue, lo hizo”.
A pesar de las advertencias, María Elena rompió el círculo de la violencia, salió de la relación y tenía planeado tomar cursos de verano, actualizarse en su música, seguir estudiando. Reconstruirse, “muchas pueden, yo también podía hacerlo, sentirme viva, hacer las cosas que me sacaban lágrimas de felicidad, quería encontrarme con esa María Elena que era antes de la relación, pero le molestó que fuera feliz, porque una persona que acumula poder económico se siente dueño de todo y todos, no le gusta perder nada mucho menos sentirse aminorado y cuando pierden algo, no les gusta.
“Pero yo perdí más que él y aunque está en la cárcel, está entero, yo no”, dice María Elena que abraza su cuerpo mientras está sentada sobre el tocón de un árbol de poco más de un metro de ancho, bajo la sombra de su ahuehuete, el confidente de su dolor, como ella dice.
Sí, el miedo le sigue rondando. Hay fundamentos para sentir temor frente a un proceso judicial largo, lleno de obstáculos, complicidades al igual que intimidaciones.
Recientemente, supo por los medios de comunicación y no por la Fiscalía, de la muerte repentina de Ponciano H. este hombre mayor que vigiló y esperó a su hijo (Ruvicel, el autor material) para emprender la huida en motocicleta.
“¿a quién le beneficia su muerte?”, pregunta. Su muerte no es clara, dice. Por eso tiene miedo, se siente desprotegida ella y toda su familia”, nos cuanta de una manera alarmante.
Cerrar los ojos
Tres meses después, a finales de diciembre de 2019, y tras los yerros de personal médico del Hospital Dr. Aurelio Valdivieso, donde le practicaron cirugías sin éxito, María Elena fue trasladada a Centro Nacional de Investigación y Atención a Quemados del Instituto Nacional de Rehabilitación en la Ciudad de México, ahí nació una esperanza.
– Estoy completa gracias a mi hermana Silvia, después de las dos operaciones que no sirvieron y de que un médico dijera: “vamos a dejarlo todo en manos de Dios y de la naturaleza, ya no hay nada que hacer”, su familia habló en los medios y quienes la tenían que escuchar, la escucharon.
Fue así que autoridades de Oaxaca facilitaron su traslado vía aérea al reconocido hospital de la Ciudad de México, lo que debieron hacer desde el primer día, refiere María Elena, quien no olvida aquellos días tan amargos para ella y su familia en el hospital público donde los injertos de piel fracasaron.
En el Centro Nacional de Investigación y Atención a Quemados del Instituto Nacional de Rehabilitación la primera cirugía fue hecha por una médica oaxaqueña y fue un éxito.
Cuando la doctora le hizo la primera revisión, a las siete de la mañana, posterior a los injertos, estaba con su papá que se había quedado esa noche con ella. María Elena cerró los ojos, como lo hacía en el hospital de Oaxaca, porque no quería ver, tenía miedo. Entonces escuchó a la médica: “No se preocupe señor, los injertos sí pegaron”. Así empezó su recuperación física a pesar de la negligente actuación de los especialistas que la atendieron los tres primeros meses.
A esa intervención han seguido otras y sabe que faltan más, que el camino aún será largo, pero está de pie, como el viejo ahuehuete de múltiples hendiduras en su tronco leñoso, su confidente al que acude de cuando en cuando para soñar despierta, para llorar, para cantar acompañada de la música que produce el agua que nace entre lo sabinos y tocar el saxofón al que parece abrazarse a la vida que le han robado y a la que enfrenta cada día ante su espejo.