El académico junto con Julián Canseco Ibarra cuestiona la narrativa construida alrededor de la masacre del 26 de septiembre en Iguala.
Redacción AN |HG|Grano de sal|febrero 6, 2020 6:35 am|Por Héctor González. Pese a que existen tres investigaciones acerca de la desaparición de los 43 normalistas en Iguala, ocurrida el 26 de septiembre de 2014, predomina la noción de que la verdad está oculta. ¿A qué se deben las dudas? ¿Por qué no hay siquiera un consenso sobre los acontecimientos de aquella tarde? A fin atajar este tipo de preguntas, Julián Canseco Ibarra y Fernando Escalante Gonzalbo publican De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen (Grano de Sal), un volumen donde analizan el discurso mediático e intelectual alrededor de la masacre que conmovió a México.
¿En qué momento percibieron la necesidad de hacer una relectura sobre el caso de la desaparición de los 43 normalistas en Iguala?
Fernando Escalante: La distorsión de los hechos en la prensa es habitual y frecuente respecto a la masacre de Iguala. La enorme magnitud del acontecimiento Ayotzinapa nos permite ponerlo como un estudio de caso ejemplar. A pesar de que existen tres extensísimas investigaciones en la opinión pública predomina la sensación de que no sabemos nada. Por eso nos parecía idóneo para estudiar la cultura política mexicana y su relación con la prensa.
Julián Canseco: Un ejemplo: a pesar de que ha sido un caso muy discutido y analizado, nos topamos continuamente con la frase: “lo que pasó en Ayotzinapa”, cuando los hechos ocurrieron en Iguala. Aparentemente podría ser algo banal, pero este error de geografía elemental nos dice que estamos ante un caso muy singular.
¿Atribuyen este error a simplificación?
JC: Nosotros argumentamos que obedece a algo más complejo: descontextualización. Es parte de un esfuerzo deliberado en muchas ocasiones, de robarle los elementos concretos a los hechos ocurridos el 26 de septiembre de 2014 en Iguala. Si los abstraemos el lugar se vuelve irrelevante, como también el hecho de que los normalistas estaban ahí para robar autobuses. Continuamente encontramos en la prensa, voces que sostienen que los jóvenes estaban haciendo una colecta. Según los intereses de cada quien se minimiza o se incrementa la importancia de este tipo de detalles. Consecuencia de una serie de descontextualizaciones se generó una idea tan abstracta como “fue el Estado”.
¿Por qué utilizan la categoría “cultura antagónica” para ubicar las posiciones más críticas del discurso oficial respecto a los hechos de Iguala?
FE: Hay un conjunto de actitudes, prejuicios y automatismos en el sentido común de los últimos cincuenta años que nos guiaron a usar este concepto. La cultura antagónica es la predisposición a no creer nada de lo que digan las autoridades y en consecuencia a estar a favor de cualquier protesta o rebelión contra el gobierno. Nosotros tratamos de reconstruir de dónde viene esta posición.
JC: Un mes después de que la PGR atrajo la investigación sobre lo sucedido en Iguala, se hizo una encuesta donde se les preguntaba a los mexicanos si creían en los resultados de la investigación. Tres cuartas partes de los encuestados respondieron que “no”, es decir, de antemano no se confiaba en la investigación.
Pero hay una tradición histórica que justifica esa desconfianza, ¿no?
FE: Sin duda, sin embargo, nosotros detectamos un problema básico: el absoluto menosprecio de los hechos. Antes de discutir y opinar, necesitamos ponernos de acuerdo sobre lo sucedido. Podemos leer “los estudiantes pasaban por Iguala”, cuando la realidad es que no pasaban por ahí. Tampoco es verdad que “los estudiantes estaban haciendo una colecta”. Estamos acostumbrados a discutir sin ponernos de acuerdo sobre los hechos porque desconfiamos de cualquier institución pública. Al anular la versión de la PGR se produce un vacío que se llena con especulaciones y la imaginación no tiene límites.
Insisto, en los últimos cincuenta años hay investigaciones que no se han resuelto precisamente por la incapacidad de las autoridades.
JC: Desde luego y por eso la especulación encuentra un profundo eco entre el público y los lectores. Sin embargo, no podemos admitir que para asimilar un caso que impacta en la opinión pública, tengamos que convertir sus rasgos concretos en una idea abstracta sin contenido específico.
FE: La desconfianza se construyó durante las décadas del gobierno del régimen revolucionario. Nos acostumbramos a que se ocultase la realidad y se maquillase la información, pero la situación en el México de hoy es muy distinta. El crédito de las autoridades en el siglo XXI es diferente al de las de 1960. Cuando la desconfianza se expande como una mancha de aceite, cualquier información se sustituye por la duda. Necesitamos afrontar un caso como este a partir de lo que sabemos, no de la duda absoluta.
Ustedes sostienen que es errónea la analogía entre la desaparición de los normalistas con los hechos del 2 de octubre de 1968.
JC: La analogía no es precisamente con los hechos sino con la idea que tenemos de ellos, y eso es muy distinto. El 2 de octubre fue el catalizador que motivó la cristalización de la cultura antagónica tal como la conocemos y ese es el hito por medio del cual el pueblo mexicano se revela contra el gobierno ilegítimo. Seguimos pensando que los parámetros históricos son los mismos, por tanto, la masacre en Iguala se transformó en el acontecimiento Ayotzinapa, es decir, en algo abstracto.
Para explicar las razones que hicieron de este caso algo tan emblemático, mencionan que quizá el origen está en el duelo que ha venido cargando el país en los últimos años.
FE: El discurso dominante desde 2007 o 2008 es muy perverso porque en el fondo, considera que hay víctimas que merecen morir. Sin averiguaciones previas cuando se produce una masacre, los medios y la población asumen que quienes mueren son delincuentes y por tanto no merecen condolencias. A pesar de eso, deberíamos lamentarnos. No obstante, ninguno de los últimos tres presidentes lo ha hecho. Creo que al ver diariamente mutilados y descabezados en las primeras planas de los periódicos y los noticieros, la gente generó una sensación de luto y tristeza que no podía expresarse porque no había empatía con los criminales. Al ser estudiantes las víctimas en Iguala, entonces sí fue posible condolerse y desahogar la carga de tristeza soterrada por el discurso oficial.
Hoy, varios de los analistas que ubican dentro de lo que llaman “cultura antagónica”, son simpatizantes del gobierno. ¿Cómo se reformula actualmente esta clasificación?
JC: Los orígenes de la cultura antagónica están en el régimen post revolucionario y ellos se enfrentaron a esta misma paradoja. Su legitimidad derivaba de que eran el pueblo en armas contra la dictadura. No obstante, después de varias generaciones quedó claro que el PRI era el gobierno y por lo tanto fue muy difícil sostener que representaban al pueblo en rebelión. 1968 fue el año en que simbólicamente se cristalizó esa diferencia y el PRI quedó exhibido como el gobierno contra el cual hay que luchar. Algo análogo sucede ahora. El gobierno en turno, que construyó mucho de su discurso sobre los cimientos de la cultura antagónica, ahora se encuentra en la posición del Estado. Todavía es muy temprano para juzgar la situación, pero sin duda es una contradicción difícil de resolver.
FE: Creo que hace falta modestia, estamos acostumbrados a tener explicaciones ready-made para explicar lo que sucede en el país. Suponemos saber todo lo relevante acerca de México y la verdad es que no. Los marcos conceptuales con que hacemos análisis se construyeron hace cincuenta años y ya no reflejan el presente. Ortega y Gasset decía: “no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa”. Si empezamos por ahí tendríamos que, modestamente, hacer trabajo de campo y reconstruir la imagen del país en lugar de recurrir a los estereotipos de siempre.
¿Cómo vislumbran la reacción de este gobierno ante el caso de los normalistas desaparecidos en Iguala?
JC: El primer problema al que se enfrentan es que, a pesar de ser el caso más investigado en el tiempo reciente, persiste la sensación de que no sabemos nada. No olvidemos que, en lo fundamental, las investigaciones del gobierno federal, la del Grupo Internacional de Expertos Interdisciplinarios y de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, coinciden. Difícilmente la verdad será algo ajeno a lo que se tiene.
FE: Hay una estrategia muy comprensible en este gobierno. No ofrece esclarecer las miles de muertes de los últimos diez años, pero sí se compromete a aclarar el caso más notorio y con mayor peso simbólico. El problema es que difícilmente encontrará algo absolutamente distinto a lo que ya sabemos, cambiarán los detalles, pero hasta ahí.
Su ensayo pide una especie de objetividad, pero ¿es posible despolitizar un caso como éste?
FE: Lo que sí se puede pedir es hablar a partir de los hechos comprobados, comprobables y verificables. De ahí en adelante todo pueden ser opiniones. No se trata de despolitizarse sino de atenerse a lo demostrable.
JC: Esto implica mantener un nivel aceptable de modestia porque evidentemente habrá cosas que nunca podremos saber. Hay cinco peritajes de expertos acerca de la posible incineración de los 43 en el basurero municipal de Cocula. Tres dicen que es posible que se haya quemado a un gran número de personas y dos sostienen que es imposible. Yo no tengo manera de interpretar qué significan esas contradicciones y por tanto reservo mi juicio, pero lamentablemente en los medios se opina muy pronto y sin fundamento.
Si nos atenemos a los hechos, ¿no quedó en evidencia la impericia del Estado en la investigación y en la estrategia de comunicación?
FE: Evidentemente entre los hechos concretos está la gestión pública. La estrategia de comunicación del gobierno sobre la masacre de Iguala fue catastrófica. ¿Cómo se puede invertir tanto en una investigación y obtener un resultado tan pobre? Sólo se puede explicar por la inoperancia de alguien. Por otro lado, sería importante para madurar como sociedad, empezar a creer en la información pública. Sólo así podremos tener una conversación pública fructífera, de otro modo tenemos un debate de suposiciones.